Cuando una persona deja de fumar, los cambios en su organismo se notan de inmediato. Por ejemplo, a los tres días ya no quedarán rastros de nicotina. A las dos semanas la circulación sanguínea vuelve a la normalidad, y las ganas de fumar ya no son tan fuertes. Al mes desaparecen los síntomas de abstinencia, que son la irritabilidad y el insomnio. A los tres meses se termina la tos del fumador. Y después de un año sin fumar, el riesgo de sufrir un ataque cardíaco o cerebral, se reduce a la mitad, con respecto al peligro que corre un fumador. Basta con tener voluntad y ser conscientes de la propia salud, para superar este vicio.