La historia es conocida. El que debió ser un memorable debut en el Festival de Viña del Mar, acabó como un fiasco para el joven Alejandro Sanz.
Esa noche del 20 febrero de 1994, el cantante entró al escenario con el monstruo esperando el sonsonete doloroso y cálido que impone en temas como “Si tu me miras” y “Pisando fuerte”. Pero no bastó.
Apenas Antonio Vodanonic presentó a Alejandro Sanz, comenzaron los problemas. Un teclado que no funcionó, una guitarra que no se escuchó, un show que apenas despegó.
El español apenas podía disimular la ira. Pese a que le pidieron improvisar algo de flamenco, el espectáculo no remontó. Consiguió cantar algunas canciones, pero no aplasto.
Entonces la rabia cedió a la lágrima. “El monstruo aplaudía, Alejandro, a pesar del éxito, abandonó el escenario llorando de rabia”, recuerda Miguel Ángel Arenas, mánager de Sanz en esos años.
Era una oportunidad que se iba al tacho. Viña, por entonces, todavía era una plataforma importante para proyectar artistas al mercado latino. De allí el pesar del cantautor.
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Una ayuda inesperada
Pero algo iba a suceder. Desde el Hotel hubo alguien que de inmediato le ofreció una mano al afligido cantante. “Un gran artista, Luis Miguel, nos envió inmediatamente a todo su equipo y conseguimos sacar de allí a Alejandro, inconsolable”, recuerda Arenas.
“Luis Miguel nos metió en su suite del hotel, donde había montado su cuartel general, e intentó arropar a Alejandro” agrega. “Era algo que en aquellos momentos sólo podía hacer otro gran artista, alguien que como él supiera lo que estaba pasando Alejandro”.
Hasta ese momento el Sol de México se lo estaba pasando en grande en Viña. No olvidaba que el Monstruo le había visto crecer desde que debutó allí en 1985, como un quinceañero engominado y empaquetado en un traje negro.
Ahora, convertido en un grande de la canción latina, mataba el tiempo antes de su actuación fijada para el lunes 21, en que, cómo no, era número estelar de la jornada.
En eso estaba, degustando una copa de vino chileno con su equipo, cuando vio la accidentada presentación de Sanz. Pese a que él observaba con mucha atención a sus posibles rivales, algo en su infranqueable corazón se removió.
Recordó alguna tarde infeliz tratando de satisfacer a su padre, Luisito Rey, o algún percance técnico que no le dejó degustar la gloria efímera del aplauso.
Por eso, apenas llegó el español la fiesta se armó. Y como la cosa se trataba de estar entre amigos, se cruzaron algunos teléfonos y a la improvisada fiesta se sumó Miguel Bosé, otro que se presentaba el día lunes en la Quinta Vergara.
Una noche inolvidable
Ese año fue el primero de Megavisión a cargo del evento, así que la apuesta fue en grande; en el cartel estuvieron Ricky Martin, Christina y Los Subterráneos, La Ley, Maná, Paulina Rubio, Emmanuel, Miryam Hernández, y Marta Sánchez, quien reventaba charts y miradas masculinas con su clásico “Desesperada”.
Pero esa noche en el Hotel, los egos se bajaron con el primer sorbo. “Artistas entre artistas; ahí me di cuenta de que sintonizan en una longitud de onda diferente a la que utilizamos el común de los mortales”, cuenta Miguel Ángel Arenas. “Sólo ellos saben curarse las heridas unos a otros, sólo entre ellos hablan el mismo lenguaje, emiten en la misma frecuencia”.
“Al final, pasamos una noche inolvidable. Luis Miguel, cantando por Antonio de Molina; Alejandro, tocando la guitarra; Miguel Bosé, bailando por bulerías; y yo de palmero. La noche se convirtió en una leyenda”, recuerda Arenas.
Las vibraciones fueron tan buenas, que hasta generó un momento de encuentro en el escenario. Durante su presentación, al día siguiente, Bosé invitó a Sanz al escenario para cantar juntos.
Como un mensaje en clave por lo ocurrido en el Hotel, Bosé comentó: “Para Micky, que nos está viendo por televisión”. Luego comenzaron a cantar “Nada particular”, aquella canción, sobre la isla en medio del mar llamada libertad.