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Columna . El día en que la TV abierta se acabó

Hoy se cumple un nuevo aniversario de la tragedia de Juan Fernández en la que 21 personas perdieron la vida. En este accidente hubo una pérdida que es emblemática que, y que marca un antes y después en la historia de la TV chilena: el fallecimiento de Felipe Camiroaga, el animador más importante que hemos tenido. Con la distancia que ya nos da haber pasado trece años sin su presencia en las pantallas, nos preguntamos ¿es ese el día en que murió una forma de hacer TV en Chile?

Felipe

Créditos: TVN

Era viernes. Felipe había conversado con su equipo que debía viajar a su amada isla Juan Fernández, la que conoció siendo un estudiante de comunicación audiovisual, ya que viajaba hasta allá para traer langostas y hacer negocios. Allí, recordaban al joven emprendedor que luego creció hasta ser el animador más multifacético que ha pasado por nuestras pantallas.

Fue el compañero chacotero y joven en el matinal de TVN; junto a Tati Penna y Jorge Hevia; y marcó un antes y después con sus personajes: el Washington, el cantante de la Sonora Pase lo Que Pase, donde junto al equipo de su programa, editaron un cd con las canciones del programa y salieron a hacer shows de discoteque, en el año 2002.

En memoria de Felipe Camiroaga

Felipe Camiroaga era más grande que tu problema. Si te quedabas en cama por un resfrío, en la mañana él estaba en TVN, donde emocionaba con las llamadas telefónicas de auditoras enamoradas del personaje; o, mientras jugaban al trencito que recorría Chile y daba pistas para ganar a quien llamaba, causando carcajadas por su estilo. Pero también era el soltero más codiciado que ha tenido la TV.

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Esa mirada de niño abandonado, la triste historia familiar donde él contaba que generaba lástima entre las mamás de sus compañeros, pues salía solo desde la sala de primero básico en el San Ignacio El Bosque, y caminaba solo a casa. Felipe era el hombre que todas querían salvar de sí mismo. Y él, se dejaba querer, con un éxito tal, que muchas de sus parejas estaban conscientes que no había exclusividad, y que si contaba sobre la relación a otra persona, esta terminaba.

Felipe era un huracán. De los personajes que se encendían cuando la luz de la cámara se ponía roja. El aire era lo suyo. Sabía que al otro lado de la pantalla, estábamos todas sus incondicionales, celebrándole cada chiste. Riéndonos con su entrevista al desnudo a la abuelita Tunick. Un talento que pasaba de la polera blanca y el jeans, al traje formal para hacer su querido “Animal Nocturno”, el programa donde lo descubrimos como gran conversador y entrevistador. El mismo que se congeló la primera vez en el Festival de Viña, pero que sus halcones y el público en general decidió darle otra oportunidad. Y se lució.

Y estaba el Felipe irrepetible, el que se perdía en las colinas y montañas, con sus halcones. Un hombre que quería perderse y olvidar la fama que lo perseguía. Su último año de vida estuvo marcado por su primer quiebre con el público: la pifiadera del Caupolicanazo.

Sin embargo, cuando se cumplen trece años, ya hemos visto que la TV abierta nunca vio una figura tan carismática y cercana como Felipe Camiroaga. No habrá recambio. No habrá otro igual. No habrá un matinal de TVN donde el conductor suba a la sala de dirección, a jugar con el equipo, haciéndose el furioso. No habrá nada más que su último tuit, donde se despide con un poema de Gonzalo Rojas: Del aire soy, del aire, como todo mortal, del gran vuelo terrible y estoy aquí de paso a las estrellas.

Sí, estaba de paso. Pero el día en que él se fue, la televisión abierta, como la conocíamos, murió con él. Nos guste o no, los estudios de televisión, con los focos apagados y los camarógrafos acostumbrados a sus jugueteos, siguen extrañándolo.

Porque Felipe Camiroaga, hubo -y habrá- uno solo. No acepte imitaciones.

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