Desde tardes interminables en la playa hasta los picoteos familiares para ver el Festival de Viña del Mar. Eran panoramas seguros en la época estival de nuestro país, donde la diversión era simple, pero inolvidable.
Salía del colegio con la cabeza puesta en dormir hasta tarde, luego ir a la playa, llegar a comer y ducharme para luego salir de noche nuevamente. Una vida de relajo que nadie podía arruinar, ya que las preocupaciones no existían, solo tenía el dilema de qué outfit iba lucir para deslumbrar al primo de alguna amiga que llegaba a pasar las vacaciones en su casa.
Nada de rollos, retos de mis papás varios: porqué llegué minutos más tarde de lo que me dieron permiso, porque dejé todo desordenado al salir o porque me insolé como camarón. ¿Cómo no recordar el olor a rayito de sol? Ese pomo de aluminio amarillo o verde de al apretar el “bronceador” (¡así es! No era bloqueador con uvv o uva) salía aroma a coco y caribe, realmente icónico y que dejaba un color canela maravilloso, aunque poco saludable, jeje.
Una época dorada donde la diversión no necesitaba de pantallas ni aplicaciones, solo amigos y una buena dosis de imaginación.
La Ruta sin GPS: Mapas y Cabinas Telefónicas
Viajar en los 80 era toda una aventura. Con los mapas de carreteras en mano y un copiloto que intentaba descifrar las diminutas líneas de papel, las familias recorrían kilómetros hacia los clásicos balnearios del litoral central o alguna región sureña con encanto. En cada parada, las cabinas telefónicas eran un respiro necesario para “avisar que llegamos bien” o coordinar un próximo encuentro.
El sonido de las monedas cayendo al interior de la cabina era un ritual en sí mismo.
Postales de Verano
Una tradición que marcaba el inicio de cualquier escapada era la compra de postales en la tienda de souvenirs. Mandarlas a amigos o familiares era casi una obligación, y el texto escrito a mano contaba pequeñas historias:
“Hoy fui a la playa, comí empanadas y mañana iremos a la feria artesanal. Un abrazo desde Algarrobo.” Las postales no solo eran un detalle, sino una prueba de que se estaba disfrutando de unas vacaciones inolvidables.
1, 2, 3… mire el pajaritooooo
En los años 80, sacarse fotos era una experiencia completamente diferente.
Las cámaras análogas utilizaban rollos fotográficos, y abrir el seguro antes de tiempo velaba la imagen, arruinando la foto.
Los rollos debían mandarse a revelar, lo que implicaba esperar días para ver los resultados. No había oportunidad de repetir las poses, y era común que algunas fotos salieran movidas, oscuras o con los temidos ojos rojo
El Festival de Viña: La Fiesta en Casa
El verano no estaba completo sin los cinco días del Festival de Viña del Mar.
No importaba si no tenías entradas; el espectáculo era un panorama familiar en sí mismo. Los televisores a todo volumen llenaban las casas mientras se preparaban copas de helado con obleas o algún picoteo especial, como papas fritas caseras y bebidas.
Era un ritual en el que adultos y niños compartían el entusiasmo por ver a los artistas del momento, mientras el televisor se convertía en la ventana a un espectáculo que unía al país entero.
Juventud Rebelde y Fogatas Bajo las Estrellas
Para los jóvenes, las noches de verano eran sinónimo de fogatas en la playa o en el patio de algún amigo. La guitarra era la reina de la noche, acompañada de las voces que cantaban canciones de Silvio Rodríguez, Eduardo Gatti o Sui Géneris.
Los trovadores improvisados sacaban sus “cancioneros”, libros que contenían las letras y acordes que hacían de cada reunión un verdadero concierto íntimo.
Paseos y Atracciones en los Balnearios
Las ferias artesanales eran otro punto de encuentro. Las amigas recorrían los stands en busca de los aros, collares o pañuelos más “taquilla”. No faltaba quien regresara con un polerón que luciría con orgullo durante el año escolar. Por otro lado, los parques de diversiones itinerantes llenaban de risas y adrenalina los días y noches.
Desde la Rueda de Chicago hasta los autos chocadores, cada atracción ofrecía momentos irrepetibles que se coronaban con un cambucho de papas fritas o un algodón de azúcar.
Flipers, Complejos y Amores de Verano
El flipper era el lugar de moda para los adolescentes. Las competencias frente a las máquinas de pinball o Pac-Man terminaban en una picada cercana, donde un completo o unas papas fritas eran el cierre perfecto de la jornada. Pero el verano también era la temporada de los primeros romances.
Los amores de verano
Eran efímeros pero inolvidables, y los mejores regalos incluían cassettes dedicados con las mejores canciones románticas. Ese era un tesoro con el que te quedabas y escuchabas una y otra vez hasta que apareciera otro amor. Los cortes entre canciones eran totales y en algunas oportunidades los temas eran grabados de la radio donde salía la voz del locutor.
Si el pololo (a) era romántico, te iba llegar otro regalo memorable, un pergamino marca Village, también podía ser un peluche o unos monos que rellenos de pelotitas de plumavit que a los meses se llenaban de bichos.
Moda y Belleza: Un Verano con Estilo
La moda ochentera tenía su sello particular. Los trajes de baño Catalina dominaban las playas, mientras los pantalones amasados y los jeans nevados eran un imprescindible en el clóset, además de las blusas con hombreras, chaquetas anchas de mezclilla y los cinturones anchos que afinaban la silueta.
Las mujeres acudían a la peluquería para hacerse la famosa “base”, un peinado de ondas marcadas que requería paciencia, palitos de madera y un líquido que perfumaba toda la cuadra. Los cinturones grandes y los zapatos Pluma o alpargatas Iberia de diversas tonalidades completaban un look que, al día de hoy, genera una mezcla de risas y cariño.
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