La noche anterior no dormía, estaba ansiosa, por lo que me despertaba al alba. La idea era llegar bonita a mi primer día de clases para ver a mis amigas y contar todo lo que habíamos vivido en el verano. De todas maneras, confieso que ese entusiasmo duraba solo un día porque la mañana siguiente ya era solo la zombie de siempre y la gruñona que no le gusta que no le hablen tan temprano.
Pero bueno ese hito en los 80 tenía una mezcla de sensaciones que sin dudas son inolvidables: ¿Qué profesor nos tocaría este año? ¿Cómo sería el horario? ¿Habrá cambiado mucho el colegio en estos meses? ¿Algún compañero nuevo?
El clásico: Contar las vacaciones
Apenas nos instalábamos en nuestros puestos, venía el primer gran desafío del año: contar las vacaciones. Si el profesor era moderno, nos pedía dibujarlas en una hoja blanca con lápices de colores; si era más tradicional, la instrucción era escribir una redacción titulada “Mis vacaciones”.
Esa experiencia no tenía el objetivo no era juzgar la veracidad del relato, sino romper el hielo y ayudar a que la sala se sintiera nuevamente como un hogar.
Luego de compartir nuestras hazañas veraniegas, llegaba la verdadera señal de que el año había comenzado: el profesor sacaba una tiza, escribía en la pizarra y nos pedía abrir el cuaderno. Fin de la nostalgia, hora de volver a la realidad.
Los útiles escolares: El gran tesoro
No existía mayor orgullo que estrenar una mochila con olor a nuevo. En su interior, los cuadernos forrados por la mamá en plástico. El estuche era lo máximo, porque podía tener:
- Cuadernos con carátulas: Personajes de dibujos animados, animales, grupo de música favorito o diseños de moda. Estos cuadernos eran marca Colón, Torre, Auca, entre otros.
- Lápices y lapiceras icónicas: los grafitos marca Faber-Castell eran esenciales. Lápices pasta Bic de colores eran un clásico, ideales para subrayar o decorar.
- Estuches de mezclilla, cuero o plástico transparente
- Témperas, acuarelas y plumones marca Pelikan o Artel eran imprescindibles
- Reglas y escuadras: En diseños simples de plástico transparente verde.
- Gomas de borrar: Las gomas de borrar perfumadas o con formas divertidas eran muy populares, además de las tradicionales blancas o las color rojo y azul.
- Sacapuntas metálicos: o plástico con depósito transparente para recolectar las virutas.
- Carpetas y archivadores: Se usaban una de colores plastificadas y algunas tenían divisiones de cartón de colores.
- Liquid paper: se usaba también para hacer dibujos en los cuadernos y murallas y para pintarse las uñas.
- Cuaderno de caligrafía y la libreta de comunicaciones, ese temido cuadernito donde los profesores dejaban mensajes para los apoderados.
Uniformes y peinados
- La vestimenta escolar de los 80 no dejaba espacio a la creatividad. Las niñas llevaban jumper azul marino con blusa blanca y los niños usaban pantalón gris con camisa del mismo color. En invierno, el chaleco azul con el escudo del colegio era obligatorio y la idea es que fuera marca Pinguin.
- Cotona o delantal: En los cursos más pequeños, tanto niños como niñas usaban cotonas o delantales. Para los niños, solían ser de color beige, mientras que las niñas llevaban delantales de tartán blanco y azul.
- Zapatos y accesorios: Los zapatos negros bien lustrados eran obligatorios, y los calcetines o medias solían ser azul marino o blancos, dependiendo del uniforme
- Los zapatos de cuero negro Bata o Pluma eran la norma, aunque no faltaban quienes llegaban con zapatillas North Star, Diadora, Tigre o Dolphine, Power “Se portan bien cuando las tratan mal”.
- Las niñas usaban cintillos gruesos azules o blancos y moños bien apretados, mientras que los niños veían cómo sus madres les pasaban la peineta “pantera” con agua gel para mantenerlos “presentables”.
Entre el respeto y el temor
La autoridad de los docentes en los 80 no se discutía. El profesor jefe era casi una figura paterna dentro de la sala, y bastaba un simple “voy a anotar su nombre” para que el curso entero recuperara el orden. No había celulares que distrajeran la atención, pero sí papeles doblados en forma de acordeón que pasaban de mano en mano con mensajes secretos.
El dictado era una actividad infaltable, las pruebas sorpresa eran una amenaza latente y copiar del compañero era un arte que debía perfeccionarse sin levantar sospechas. En la pizarra de tiza, el profesor escribía la materia con letra clara y grande.
La colación y el recreo: Un mundo aparte
El timbre anunciaba el recreo y la sala se vaciaba en cuestión de segundos. En el patio, la vida escolar adquiría su verdadero ritmo. Algunos corrían al kiosco donde el que gritaba más fuerte era atendido para comprar un pan jamón queso, un berlín, un colegial. Otros sacaban de la mochila su colación casera: pan con huevo, manjar o queso, acompañado de una cajita de jugo en envase de cartón con pajita.
Las golosinas del momento:
- Paraguas de chocolate
- Chicles Dos en Uno
- Peta Zeta
- Oba Oba, Golpe, Super 8 o Negrita
- Suflitos de colores sabor, limón. Chocolate, frutilla, naranja. Marca Makcay
- Chocolates serrano: Aunque no eran de la mejor calidad, eran muy populares y a menudo se usaban como «moneda» para dar vuelto.
Los juegos
- La cuerda: era todo un arte y se hacía al ritmo de canciones que las mismas compañeras cantaban.
- Elástico: Este juego consistía en saltar una cuerda elástica mientras se realizaban figuras y movimientos preestablecidos.
- Intercambiar esquelas, servilletas o láminas de álbumes
- El luche
- Las bolitas para hombre: se hacían pequeños hoyos en el suelo para jugar a ganar bolitas de vidrio.
- Partidos de fútbol: Con pelotas a veces improvisadas, el fútbol dominaba muchos recreos, incluso en espacios reducidos.
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